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"Una novela debe mostrar el mundo tal como es. Como piensan los personajes, como suceden los hechos... Una novela debería de algún modo revelar el origen de nuestros actos" Jane Austen.

jueves, 26 de febrero de 2015

Capítulo 18






Elliot la dejó en el baño y se fue para hacer algunas llamadas en relación a su inminente viaje juntos, el cual ya parecía un hecho, aunque ni siquiera hubiera tenido tiempo para considerarlo. Todo había sucedido en un abrir y cerrar de ojos. La perturbadora conversación, los futuros planes y aquel encontronazo en el baño que ahora le pasaba factura.

Accionó el grifo y se sentó en el borde de la bañera, esperando a que se llenara mientras trazaba ondas rozando las yemas de los dedos sobre el agua. No pudo sino darle una y mil vueltas al asunto que tenía que ver con sexo en un baño, y preguntarse si allí acababan de escribir el final de una historia, si sólo se merecían un mármol frío o un espejo empañado, ¿Tan poco merecían? Lo que le llevaba a aquella angustia que se esforzaba por impedir que el aire pasara con normalidad a sus pulmones y se retorcía de placer en su garganta.


Se quitó la ropa interior y puso música en el iPhone, un álbum de Oasis. Empezó a sonar don’t look back in anger, inundando la habitación de emociones desbordadas, de nostalgia acompañada por una guitarra de fondo. Las lágrimas hicieron su aparición justo en aquel instante, cuando Liam Gallagher cantaba el estribillo: 

Llévame al lugar donde vas
Donde nadie sabe
Si es de día o de noche

Julieta se sentó en la bañera, haciéndose un ovillo, intentando en vano que aquello no le afectara.

Pero era amor, sin dictados ni fórmulas matemáticas. Imperfecto y perturbador.

Así que no podía evitar darle vueltas a lo que había sucedido. De ver una y otra vez el gesto sediento y vacío de Elliot, jadeando junto a su cuello, susurrando que todo iba a ir bien. Aquellas circunstancias desordenadas, sin sentido, como si las piezas no coincidieran unas con otras.

Estaba avergonzada por el modo en el que había sucedido, en lo fuera de lugar que había estado su desesperación, su súplica por sentirse un poco más cerca de él y que había acabado siendo el antagónico a lo que realmente esperaba de ese encuentro. Sabía que nunca habían estado tan lejos el uno del otro.  Se sintió tonta por haber creído que las cosas no cambian por mucho tiempo que transcurra, o por muchos países que haya de por medio. Él había cambiado, de una forma que aún no llegaba a imaginar… y ella, seguía siendo ella pese a todas aquellas cicatrices. O quizá no.


Se lio en la toalla y volvió a la habitación. En el camino escuchó la voz de Elliot procedente de la cocina y ralentizó el paso, pero lo único que atendió a escuchar fue un puñado de números sin sentido. El timbre de su voz hizo que se le encendieran las mejillas. Su mente volvió a la situación del sofá, a las confesiones, el perdón… a cómo sus manos tocaban su cuerpo y mientras le quitaba la camiseta. Notó que le faltaba el oxígeno, que su mundo empezaba a tambalearse de manera cada vez más literal.

Se arrepentía de cada palabra, cada caricia… cada paso atrás. Porque después de todo, ¿El plan no era olvidarle?

Cerró la puerta tras ella y se deshizo de la toalla con rabia, lanzándola contra la cómoda. Un jarrón con flores frescas empezó a tambalearse, intentó llegar hasta él, pero llegó tarde y finalmente se hizo añicos en el suelo.

-¡Mierda!-exclamó, paralizada.

Esquivó los cristales con los pies desnudos e intentó coger la toalla otra vez, pero entonces él irrumpió en la habitación, llamándola.

-¡Julieta!

Su gesto era el de alguien aterrado. Al verla empezó a calmarse y su expresión cambio al enfado de inmediato. Después pudo ver en sus ojos las ganas, el deseo de poder tenerla de nuevo y eso le hizo sentirse bien.

-Tranquilo, se me ha caído. Lo siento-murmuró, envolviéndose de nuevo en la toalla- espero que no fuera un jarrón muy querido.

-Debe ser de Mathilde, intentó darle su toque personal al apartamento cuando se vino aquí.

-Ah.

Intentó sujetar la toalla al mismo tiempo que mantenía el equilibrio para no clavarse los diminutos cristales.

-Para, vas a hacerte daño. Espera-dijo y fue hasta ella-Quieta.

Sus brazos envolvieron su cintura y su cuerpo se elevó unos centímetros del suelo, hasta acabar sentada sobre la cama. Durante ese tiempo sólo pudo contener la respiración para no volver a sus más bajos instintos.

-Vale, gracias-le dijo ella, agachando la mirada.

-Quédate aquí, voy a recoger…

-Ten cuidado.

-Julieta, son unos cuantos cristales-contestó seco, antes de salir.

Julieta aprovechó para vestirse con la ropa que le había dejado Mathy sobre la cama. Un vestido azul marino y un cardigán rojo, junto con unas manoletinas de rallas marineras que inconfundiblemente había elegido la francesa. Una vez protegida salió y encontró a Elliot en la puerta, sujetando la escoba. Él miró hacia abajo para cerciorarse que no iba descalza.

-Podías haber esperado un poco a que volviera-le soltó con mala cara.

-Mathilde había dejado las manoletinas justo al lado de la cama-explicó, molesta-Deja que lo haga yo.

-No, descansa en el sofá-le ordenó Elliot, señalando el salón. Ni siquiera la miró.

-¿Puedes dejar de hacer eso?-le preguntó ella, bufando.

Él frunció el ceño y se cruzó de brazos. Incluso parecía divertirle.

-Estoy esperando tu explicación sobre lo que estoy haciendo.

Aquella respuesta hizo que su cabreo aumentara aún más. Nada estaba bien entre ellos y no tenía ni idea de cómo solucionarlo, sí acaso se podía. Y él, con su comportamiento esquivo, actitud burlesca y fuera de lugar, encaminada a sacarla de sus casillas y acabar con una paz totalmente fingida que acababa siendo incómoda y teatral. Igual que en un drama romántico al más puro estilo Jane Austen.

-Nada-repuso, mordiéndose la lengua para no seguir.

Le dio la espalda y fue directa hacia el sofá, donde se sentó y encendió la tele. Intentó parecer interesada en aquella superficie rectangular llena de imágenes mientras miraba por encima del hombro la sobra de Elliot en la habitación. Estaban poniendo un episodio de Sexo en Nueva york en el canal 21, así que se relajó e intentó centrarse en la historia, saltar a un universo paralelo y olvidarse de su vida unos minutos.

Y lo logró, durante un rato en el que sólo importaban los relatos de Carrie Bradshaw sobre su romántica y desordenada vida en Nueva York. Durante un breve inciso en el que deseó tener una vida semejante a la de un personaje de televisión, solo preocupada por trivialidades que formaban parte de la gran mayoría de un público que se despertaba pensando en su trabajo (aunque no siempre fuera el deseado), su pareja, amigos… en salir una noche de viernes, beber unos Cosmopolitan a la luz lúgubre de un bar del centro y recuperarse con dignidad de la resaca el sábado por la mañana.

La ficción se desvaneció cuando Elliot se sentó a su lado, obligándola a recordar que en su universo actual no había cabida para nada de todo aquello. Ni Cosmopolitan ni noches perdidas por Nueva York.

Sólo un sueño.

-No veía esta serie desde que te obsesionaste con ella-empezó a decir Elliot, pensativo, con una media sonrisa-cuando estabas embarazada.

Julieta inspiró, sanando cada rincón de su cuerpo que se había estremecido con aquel comentario. Porque allí estaban, esos recuerdos que eran testigos de un pasado próximo en el que se reconfortaban sabiendo que el otro estaba en el extremo del sofá.

-Tampoco me obsesioné tanto-contestó a la defensiva.

-¿Qué no?-preguntó él, divertido-Empezabas a hablar como una narradora obsesionada con los zapatos.

Le sonrió, abriendo mucho los ojos. Él imitó su gesto.

-¿Qué? Yo no hacia eso…

-Bueno, quizá no a tal extremo, pero puede que notara tu incipiente animadversión por el sexo masculino. Intentaste ridiculizar algunas cosas que hacía, como ponerme una corbata. Te quedabas delante de mi despacho y sonreías mientras yo hablaba por teléfono u otra cosa. Y si te preguntaba, no obtenía una respuesta clara-dijo, con la mirada perdida en la tele- Supongo que te hacía gracia el comportamiento torpe e insensible que “nos caracteriza”.

Ella volvió la vista atrás, transportándose a alguna de aquellos momentos difusos. A lo que realmente hacía de pie, apoyada en el marco de la puerta mientras él trabajaba.

-No tengo ninguna animadversión por el sexo masculino-murmuró tímida-simplemente me gustaba quedarme allí, observando.

Elliot frunció el ceño y apagó la sonrisa de su gesto.

-¿Por qué?

-No sé-dijo y se encogió de hombros-me sentía feliz. Pese a toda la mierda.

Agachó la mirada y se sintió ridícula por esa infantil confesión. Elliot se acercó un poco más, recortando la distancia del sofá y puso su mano sobre la suya. Todas sus terminaciones nerviosas se mantuvieron alerta, esperando la frase que siguió al gesto.

-Lo sien…-empezó a decir, pero Julieta le cortó.

-No, no lo sientas. No me tengas lástima. Es asqueroso.

-Julieta no… no te tengo lástima-replicó Elliot-no seas ridícula.

De repente sintió que ardía en cólera. Río por lo bajo y se levantó del sofá para volver a la habitación hasta que Mathilde volviera, que con suerte, seria pronto.

-¿En serio? ¿Ahora te vas?-volvió a cuestionar Elliot, enfadado.

Se dio la vuelta para verle allí, plantando con los brazos extendidos, esperando una explicación igual que un sediento que lleva días vagando por el desierto busca el agua. Entonces no le importó parecer una loca desquiciada que busca una excusa para cabrearse e increparle la realidad. Deseaba hacerlo.

-Has venido por eso, porque tienes una obsesión enfermiza… ¡Y te acercas a mí por pena! ¡Incluso me besas por pena!-gritó, escupiendo palabras cargadas de odio-Gracias por el sexo y todo eso. Puedes largarte.

-¿Qué cojones te pasa?-preguntó él, abatido.

-Tú.

-Escucha, no tengo ninguna obsesión enfermiza, ni siquiera me he acercado a ti por…

-Creo… creo que te gustan las personas débiles que sienten… que sienten una especie de alivio al tenerte cerca. El doctor Evans, excelente neurocirujano, mejor amante.

-Julieta…

-¿No encontraste alguna enferma terminal en África? Podías habértela traído aquí y darle falsas esperanzas ¡Quizás hasta podrías casarte con ella!

Hubo un silencio abrumador, en el que ambos intercambiaron miradas vacías. Julieta ladeó la cabeza y se limpió las lágrimas llenas de furia. Elliot cogió su teléfono y le echó un último vistazo antes de despedirse. Sus ojos brillaban.

-Mejor me voy.

-Mejor-repitió Julieta. Se dio cuenta de que su chaqueta vaquera seguía sobre el sofá y fue hasta ella-No te olvides esto.

Fue en su dirección con rabia, mientras él se detenía. De pronto se sintió gilipollas. La euforia que había sentido al gritarle se desvaneció en un segundo y ahora estaba perdida. Se quedó parada en medio del salón y ralentizó sus pasos hasta llegar a él.

-Gracias-dijo Elliot, observándola detenidamente-Volveré en un rato, cuando Mathilde traiga a Isaac.

-Bien-murmuró ella.

Cuando cerró la puerta fue hasta el baño. Aún tenía el pelo mojado y se lo recogió en una coleta, después se echó agua fría en la cara y examinó su aspecto en el espejo. Empezaba a dolerle la cabeza, cada vez más, y no tenía claro si se debía a su tumor o al encontronazo con Elliot. Ni conocía de dónde había salido la dedicatoria tan hiriente que le había vomitado encima, pero tenía claro que no había sido justo, aunque en aquel momento no le importara demasiado la distinción entre el bien y el mal.

Se sintió enferma, de un modo mental y oscuro, una sensación que le recordaba a cuando tenía alucinaciones y no distinguía realidad de invención.

Volvió a escucharse la puerta. Julieta sintió un escalofrío, seguido de varias preguntas; ¿Por qué iba a volver? ¿Quería vengarse y decirle todo lo que sentía hasta que no quedara nada dentro de ella? Pero las preguntas quedaron apagadas por la voz de un niño, seguida de la de Mathilde.

-¡Llama a mamá! Tiene que estar por aquí…

Corrió hacia ellos y arrancó con urgencia al bebé del carricoche. Lo abrazó y se sentó con él en el sillón de cuero.

-Hola cariño, hola… perdona que haya desaparecido-dijo, mientras la acariciaba los rizos.

Volvió la vista hacia Mathilde que parecía entender que había ido mal.

-Hola a ti también-repuso su amiga-cielo, ¿Estás bien?

Evitó responder, así que empezó a jugar con Isaac que estaba empeñado en chupar su colgante dorado.

-¡mami!

-¿Dónde está Elliot?

-Se ha ido-contestó, sonriente, intentando que el niño se pusiera en pie en el suelo.

-¿Por qué?

-Le he dicho que se fuera.

-Julieta…

-Quiero estar con mi hijo un rato, no me apetece que me hagas el tercer grado, ¿Puedes dejarme unos minutos?

-Bien, pero tiene sueño, lleva una hora frotándose los ojos…

-Voy a dormirlo. Ahora hablamos.

Se metió en el dormitorio y después de media hora, el bebé se quedó completamente dormido en sus brazos. Lo dejó con cuidado sobre la cama y lo arropó con una manta. Estaba realmente cansada, así que se tumbó a su lado, observándole mientras dormía, hasta que sus párpados pesaron tanto que fue imposible forcejear contra ellos.



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